Se cuenta que hace muchos, muchos años, al principio de la vida, el baobab era el árbol más espectacular de la Tierra; con hermosas hojas verdes y brillantes y unas flores de delicados colores y agradable perfume.
Los mismos dioses, maravillados de su hermosa creación le concedieron un don: el de la longevidad, para que así se perpetuara su gran obra. A partir de ahí el baobab creció sin parar, cada vez más alto, potente y fuerte; esto hizo que fuese imposible que el calor del sol llegara a las demás plantas, impidiéndoles crecer y haciendo que el frío se adueñase de todo.
El baobab había adquirido tanta soberbia y vanidad que no le importó en absoluto los problemas que estaba causando y, además, retó a los dioses diciéndoles que llegaría a alcanzarlos. Éstos, enfurecidos con el árbol lo castigaron plantándolo al revés y dejando sus preciosas hojas y flores bajo tierra.
A esto se debe el curioso aspecto que tiene actualmente; parece que sus raíces, mirando al cielo, estén suplicando perdón por su arrogancia
Cuenta la historia que, en un paraje muy lejano de África, hace muchísimo tiempo, vivía una familia de conejos muy pobres y papá conejo se ganaba la vida como podía para llegar por la noche a casa con solo unas cuantas monedas. La vida era muy difícil para esta familia de conejos, mamá preparaba la comida para sus hijos con mucho cariño pero con muy pocas patatas y en una cocina demasiado vieja. Cierto día, papá conejo se cansó de tanto caminar por el caluroso desierto y se tumbó a descansar bajo la sombra de un árbol grueso y de enormes ramas.
¡Oh, qué buena sombra da este árbol!- dijo el conejo.- creo que descansaré un rato, hace mucho calor y no he almorzado todavía.
El conejo ahí tumbado comenzó a lamentar su suerte. Empezó por maldecir al sol que tanto le quemaba, a la arena que siempre se le metía entre las patas y a la lluvia por inundar su aldea. Cuando de pronto, el robusto árbol sobre el cual él estaba empezó a hablarle con una voz muy dulce.
Amigo conejo, ¿Por qué te lamentas de tu suerte?, ¿Acaso no estás contento con cómo eres?- Replicó el árbol
Vaya, qué triste y desdichada es mi vida. Si tan solo pudiera ser un árbol como tú… ¡Claro!, todo el día quieto, sin tener que trabajar, tan solo estiras tus hojas y recibes el alimento del sol y de la lluvia. ¡Qué más se podría pedir!- se lamentaba el conejo.- En cambio yo tengo que trabajar muy duro para darle de comer a mis hijos… ¡Qué triste es mi vida!
El árbol se puso muy triste al escuchar las palabras del conejo y le dijo con su melodiosa voz
¿Sabes?, soy un Baobab, y, a pesar de que nunca hablo con los animales, me has conmovido amigo conejo
Al oír estas palabras, el conejo se puso de pie y miró al árbol de arriba abajo. El conejo no se había percatado de que aquel árbol era un baobab, y sabía lo que decían todos sobre el baobab:” El baobab guarda muchas riquezas en su corazón, pero son pocas las personas que logran descubrir tal tesoro”. Por esto, papá conejo se asustó mucho y se arrodilló ante el baobab.
Perdóneme señor baobab por maldecir a la naturaleza, le prometo que no volveré a quejarme de mi suerte, solo déjeme ir y seguiré trabajando firme para no tener que lamentarme por lo que soy.- dijo el conejo mientras se disponía a seguir con su trabajo.
Espera un momento amigo conejo, no te vayas aún…
De pronto, el baobab estiró sus ramas y el corazón que tenía entre ellas quedó al descubierto. Papá conejo se quedó asombrado, pero a la vez temeroso de que el baobab le hiciera daño por hablar mal de la naturaleza. El baobab, en cambio, dio un suspiro de regocijo y, después de unos segundos de silencio, el corazón del baobab se abrió lentamente. Ese oscuro núcleo comenzó a descubrir todo lo que tenía en su interior y ¡oh sorpresa!, el baobab tenía en el interior de su corazón muchos tesoros: joyas, diamantes, monedas de oro, perlas, rubíes, piedras preciosas, telas finas, etc. Papá conejo se quedó asombrado ante tal espectáculo y el baobab le dijo con voz tierna: Coge lo que quieras, vamos, acepta esta ayuda que quiero ofrecerte mi buen amigo.
El conejo, muy agradecido, cogió lo que cabía entre sus manos y se marchó muy contento después de darle las gracias al baobab por su generosidad.
Al llegar a su casa, le contó a su familia lo que le había sucedido y, por fin, pudieron cambiar de forma de vida. Papá conejo ahora iba en coche al trabajo, vestía elegantemente, estaba gordito y siempre iba limpio. Mamá usaba ropas finas, podía cocinar ricos banquetes para sus hijos y llevaba siempre un collar de perlas a las reuniones con sus amigas. En una de esas reuniones la señora hiena observó con mucha envidia las riquezas de mamá conejo y al llegar a casa la señora hiena, que era muy autoritaria, le exigió a su marido que también le comprase a ella un collar de perlas, un coche y todas las cosas que el marido de mamá coneja le había comprado a ésta.
El señor hiena, sintió curiosidad acerca de cómo el conejo había adquirido tantas riquezas así que un buen día se le acercó y le preguntó qué es lo que había hecho. Papá conejo, que tenía un corazón noble, le contó al señor hiena todo lo sucedido con el baobab. El señor hiena se emocionó y sin perder ni un segundo se fue hacia donde estaba el baobab para robarle todos los tesoros que había en su corazón y así llenarse de lujos como los que poseía el conejo. Se tumbó a la sombra de éste, como le había indicado el conejo y empezó a gritar con voz muy fuerte: “¡Ay! ¡Qué desdichada es mi vida, qué pobre soy, qué mala suerte la mía, soy tan desdichado!”. El baobab, empezó a sacudir sus ramas suavemente…
Mi buen amigo hiena, qué alegría me das con tu visita, ¿por qué te quejas de tu suerte?, ¿es que acaso no eres feliz con lo que eres?- dijo el baobab.
Pues no, la verdad no soy todo lo feliz que quisiera, si pudiera tener tantos tesoros como el conejo mi vida sería distinta, dijo la hiena.
De pronto, las hojas del baobab se estiraron muy fuertes y éste dio un gran y tierno suspiro. La hiena, impaciente, no podía dejar de caminar de un lado para otro sin dejar de mirar lo que descubrían las hojas del baobab. Entonces, como ya había sucedido antes con el conejo, el corazón del árbol apareció y quedó a la vista de la hiena que lentamente ya empezaba a sacar sus garras. El baobab dio otro suspiro y comenzó a abrir el corazón que albergaba tantos tesoros. A la hiena se le salían los ojos de las órbitas ante tanta maravilla; al instante el baobab dijo con su tranquilo tono de voz :
Coge lo que creas necesario, vamos, acepta esta ayuda que quiero ofrecerte señor hiena.
El señor hiena, que tenía unas intenciones muy distintas a la del conejo, pensó que si le arrancaba el corazón al baobab no solo se llevaría lo que cabía en sus manos, sino todos los tesoros del árbol. El señor hiena pensó que el baobab tenía muchos otros tesoros escondidos en su interior así que se lanzó salvajemente sobre el baobab y, con sus afiladas garras, empezó a desgarrar el corazón del árbol. Lo rasgó y lo rasgó, haciéndole mucho daño al pobre baobab; la hiena mordía e hincaba sus dientes sobre la corteza del corazón del baobab para arrancárselo y así quedarse con absolutamente todos los tesoros.
Fue un momento muy doloroso para el baobab, que lloraba de dolor y de tristeza por la decepción sufrida a causa de la hiena. De repente, el corazón del baobab se cerró bruscamente y se ocultó nuevamente entre sus hojas. La hiena, que no pudo conseguir ningún tesoro comenzó a maldecir al árbol y comenzó a rasgar su tronco pero fue inútil, pues ahora el tronco del baobab se había vuelto áspero y duro de nuevo. El señor hiena, muy cansado, dio la media vuelta y se fue a su casa sin ningún tesoro a causa de su avaricia.
Cuenta la leyenda que desde ese momento nadie ha vuelto a ver jamás el corazón del baobab y que éste ya no deja que se le acerquen los animales debido a que su áspero tronco emana muy mal olor. Cuentan también que las hienas siempre andan en manada por el desierto en busca de algún otro baobab para conseguir los tesoros que oculta éste árbol.
Hace mucho, mucho tiempo, el Baobab era muy distinto de cómo es ahora. Caminaba libremente por la sabana africana sintiéndose muy enamorado. El corazón del baobab palpitaba por una jirafa que, todas las mañanas, comía de sus frutos y le acariciaba las ramas con su cabeza.
Pero una diosa estaba, a su vez, enamorada del baobab y se sentía terriblemente celosa. Impotente ante el amor del baobab y la jirafa, mediante su poder, puso boca abajo al baobab y lo clavó en la tierra. Por eso la forma de las hojas que hoy vemos en su copa, parecen raíces.
Pero la fuerza del amor y de la vida son invencibles. El baobab no se secó y sobrevivió.
Recopilación de leyendas de la Fundación Sur.